¿Dónde está mi confianza?
Reflexión
Acerca de Lc 16,19-31
“En el Evangelio (…) , podemos apreciar que nos gusta confiar en
nosotros mismos, confiar en ese amigo o confiar en esa situación buena
que tengo o en esa ideología, y en esos casos el Señor queda un poco de
lado.
El hombre, actuando así, se cierra en sí mismo, sin horizontes, sin
puertas abiertas, sin ventanas y entonces no tendrá salvación, no puede
salvarse a sí mismo. Esto es lo que le sucede al rico del Evangelio:
tenía todo: llevaba vestidos de púrpura, comía todos los días, grandes
banquetes. Estaba muy contento, pero no se daba cuenta de que en la
puerta de su casa, cubierto de llagas, había un pobre. El Evangelio dice
el nombre del pobre: se llamaba Lázaro. Mientras que el rico no tiene
nombre.
Esta es la maldición más fuerte del que confía en sí mismo o en las
fuerzas, en las posibilidades de los hombres y no en Dios: perder el
nombre. ¿Cómo te llamas? Cuenta número tal, en el banco tal. ¿Cómo te
llamas? Tantas propiedades, tantos palacios, tantas... ¿Cómo te llamas?
Las cosas que tenemos, los ídolos. Y tú confías en eso, y este hombre
está maldito.
Todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner nuestras
esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o en las posibilidades
humanas solamente y nos olvidamos del Señor. Y esto nos lleva al camino
de la infelicidad.
Hoy, nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza? ¿En el Señor
o soy un pagano, que confía en las cosas, en los ídolos que yo he hecho?
¿Todavía tengo un nombre o he comenzado a perder el nombre y le llamo
«Yo»? ¿Yo, conmigo, para mí, solamente yo? Para mí, para mí, siempre ese
egoísmo: «yo». Esto no nos da la salvación.”
Papa Francisco.